por Zugvogelblog
L’avventura siciliana
Como un astro caído del cielo, Sicilia vaga en órbita propia. No se puede categorizar si es antigua o nueva, pobre o rica, religiosa o pagana, culta o analfabeta, y, más inquietante aún, si es tierra firme o un espejismo sobre fina arena movediza. Junto al fuego de volcanes, sobre oquedades abismales y gigantescas volutas de calcita y yeso, se diría que su paisaje solo espera otro temblor para volver a ser polvo de estrellas.
Comparable a su geología es el linaje de sus habitantes, que crece como las chumberas de flores amarillas o las hileras de almendros y frutales, o se arruina noblemente como el estertor clásico de Agrigento, Siracusa o Selinunte.
Desde moradores rupestres a magnos griegos procedentes de Corinto, Atenas o Esparta pasando por los fenicios (después también cartagineses); más tarde llegaron Roma y Bizancio, los árabes y los normandos; los de Anjou, de Aragón, de Suabia, los Borbones y los Saboya, y ahora los emigrantes de África y Asia que instalan sus puestos de ropa y sombreros de papel en calles y plazas de Palermo, Siracusa o Catania. Los chinos, casi siempre de la región de Wenzhou, poseen tiendas donde venden parafernalia made in China.

El cálculo infinitesimal de Leibnitz y Newton echó sus raíces en el número Pí que Arquímedes descubrió en Siracusa. El mismo que, entre muchos otros números, ahora permite que crucen Sicilia autopistas perfectas, como culebras de plata entre olivos y acantilados, que llevan a Segesta, Selinunte y Agrigento, a lo largo de los campos que Virgilio y Goethe amaban y evocaron. Autopistas de presupuestos tan elevados como sus estilizadas pilastras o la orografía abrupta que horadan inquietantes y larguísimos viaductos y túneles que equiparan estas tierras a la Italia alpina, cuna de la banca y del capitalismo.
La memoria de esta mezcla, como la de las rocas bajo la apariencia bucólica de su paisaje, se aprecia en la equidistancia que el siciliano aspira a guardar con todo y que, simbólicamente, puede compararse con las innumerables escaleras que se despliegan a través de centenares de telúricos escalones que, en esta isla, aspiran a unir lo de arriba con lo de abajo, el lecho del mar con las nubes, el fuego de los volcanes con el de las estrellas: los sicilianos se saben una sucesión aparentemente inmóvil dentro de una sucesión en movimiento. Se prodigan en la isla alas, abanicos, graderíos, toldos y persianas, columnatas, escalas y arpegios, taludes gigantes de canteras abandonadas y escaleras de aire o de piedra. Motores quietos.
Las islas Égadas vistas desde Erice. Abajo, la ciudad de Trápani
Las alianzas que los descendientes rompen o sellan se imbrican en las familias sicilianas de la misma manera que las fallas y plegamientos tectónicos estremecen la frágil epidermis del Mediterráneo; durante siglos han hecho gala de un politeísmo abierto y han acogido a casi todos aunque más acertado sería decir que saben que no hay mejor orden ni más permanente que lo que se asemeja a la mezcla lenta del mineral, la que compite con una quietud eterna. Las creencias del visitante serán trastornadas si éste careciera de paciencia y lo que buscara fuera un orden único porque lo que Sicilia desvela es la contradicción convertida en una regla de estilo.
Contaba un aristócrata lombardo, que cuando en el Sur ocurre alguna tragedia poco tarda en ser mentada la Madonna, que bien se lo habría anticipado ya a alguien en un sueño, el día anterior, bien habría intercedido misericordiosamente para que nada fuera a peor. Pero cuando Michelangelo Antonioni eligió Sicilia para rodar L’avventura sabía ya muy bien que a los del Norte, o a los de Roma, en la desgracia no se les aparecía nadie.
Anna (Lea Massari) es el personaje que desaparece en Basiluzzo, un islote habitado por un pastor y sus cabras, al que se ha acercado en yate un grupo de amigos. Y partirán consternados sin ella tras infructuosa búsqueda. En realidad, ese islote es un arcano odiséico y podría decirse que su tiempo es el de la obra de Homero. “!Anna, Anna…!” grita desesperada Monica Vitti buscando a su amiga.
El descubrimiento que hacen estos personajes, en cuanto llegan a Sicilia, es la cercana, casi inmediata inanidad de sus vidas.
También Passolini filmó aquí La Pasión según San Mateo, en la exquisita y huidiza Ragusa Iblea, en el valle del Noto, destruidos ambos por completo en el siglo XVII por un terremoto, y Luchino Visconti Terra Trema e Il Gattopardo.
Los hermanos Taviani rodaron Caos, el nombre de la localidad natal de Luigi Pirandello, situada en algún lugar entre Agrigento y Porto Empedocle. La casa familiar de Pirandello, al parecer, se conserva intacta. La busqué durante varios días sin resultado. Lo mas parecido a la máxima del Príncipe de Salina y de su acomodaticio sobrino en la famosa novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa –“es preciso que todo cambie para que nada cambie”- es el laberinto de la señalización de tráfico en la isla: para desorientar basta con orientar concienzudamente. Así, el misterio no necesita dogmas: surje por si solo. Tal vez por esta razón -y no por la otra, la religiosa- haya tantas iglesias.
El efecto que sufrí durante la búsqueda de la casa de Pirandello me recordó al de los espejismos del estrecho de Messina, famosos entre los marineros, quienes llaman a este fenómeno fata morgana.

En esta escalera del Teatro Máximo, la ópera de Palermo, sitúa Mario Puzzo el último asesinato de El Padrino.
El sentido de la vida, Roberto Rossellini lo fue a buscar a Estrómboli, el volcán más activo del mundo si exceptuamos los grandes volcanes submarinos de la zona, a escasos kilómetros del islote Basiluzzo y de Panarea, otra isla menor colonizada por adinerados milaneses y romanos.
La película Stromboli narra una tragedia característica de Sicilia: si por un lado fue tierra de acogida, también lo fue de emigración, despedida y abandono, los viajes más habituales del ser humano. El suspense de la película consiste en adivinar si Ingrid Bergman acabará por arrojarse a la sima ardiente del volcán antes de qué, al final, un rapto unamuniano le devuelva el sentido de la vida al borde del cráter, algo explicable si se consideran la sublime belleza del lugar y la segura muerte que augura.
Bella entrada.
Estuve en Sicilia hace ya algunos años, en un viaje inolvidable que compartí además con algunos excelentes amigos. Desde entonces, estoy deseando volver. Aquel viaje me dejó, entre otras muchas cosas, una gran afición a las novelas de Andrea Camilleri, de quien soy una gran entusiasta.
Gracias por los comentarios, y por las maravillosas fotos.
Carmen.
JJ, EXCELENTE