Copacabana
por Zugvogelblog
Vislumbré éste lugar por primera vez en las páginas de “Brasil”, una obra peculiar de Stefan Zweig dedicada al país que le acogió hasta que se quitó la vida en 1942. Él se refería a la famosa playa carioca, que contempló deleitado desde la cubierta del trasatlántico que le traía de Europa. El viaje sobre la onda no logró apaciguar su desgarro ante la desaparición de la Alemania que él había conocido. Al contrario, como si el océano fuera una deforme laguna Estigia, el trasatlántico le condujo a la tierra donde consumaría su desengaño.
Fue a orillas del lago Titicaca, y no del océano Atlántico, dónde estaba la primera Copacabana que conocí. De esto hace veintidós años. A pesar del tiempo transcurrido, el recuerdo de aquella Copacabana soleada y austera, de su gran plaza y muros enjalbegados, ha seguido llegando a mí con nitidez a través de los cantos (los ícaros) de un chamán andino que convoca el lugar durante las ceremonias. Regreso a Copacabana con frecuencia, gracias al aire, a un silbido medicinal anclado en las tradiciones de las plantas maestras.
En La Paz, solía cruzar la ciudad de El Alto para acercarme a la orilla del lago de los Pumas Grises (éste es el significado de la palabra “titicaca”). A la derecha queda el Huayna Potosí (6088 m.), rodeado de llamas que pastan en sus laderas esquivando la nieve, y, al norte, el más majestuoso de los macizos andinos, el Illampu, del cual recuerdo bien los impresionantes nevados del Ancochuma (6.388) y del Sajama, otro viejo volcán de casi 6600 m de altura. Su visión desde el lago, bajo el sol del Altiplano, con sus mantos de nieve descendiendo hacia las aguas y los juncales del lago, es imborrable. La luz del trópico en la altura refulge con tal nitidez que la atmósfera parece ser de otro planeta.
Para llegar a Copacabana crucé el estrecho de Tiquina en barco y continué luego a pié por la península de Copacabana hasta llegar al santuario de la virgen frente a la Isla del Sol; monte arriba monte abajo, algunos tramos sobre los restos de una gran calzada inca, y gran parte del itinerario literalmente con un pié en Perú y otro en Bolivia porque la frontera de ambos países divide la península aunque solo en la imaginación y en los mapas. Hacia el suroeste, el espectáculo era diferente: no hay tanta nieve pero sí tierras rojizas y volcanes delicadamente ribeteados de escasa nieve, situados ya en Perú ya en Chile, con nubes solitarias merodeando el cráter.
Excelente descripción de esta pequeña ciudad andina. Lo viví de modo similar allá por 1977, durante las fiestas grandes de la localidad.
Menuda sensibilidad en la descripcion. Te dejo el link de mi blog “leglessbird”. Un saludo.
http://2worldtree.blogspot.sg/2013/04/enlightenment-sobrevivir-varanasi.html
Bonita evocación de lugares que a pesar de la tópica curiosidad de los turistas mantienen viva la memoria.