Mares ínfimos (I)

por Zugvogelblog

La sal y el teatro: Uyuni

Departamentos de Oruro y Potosí, Bolivia

El salar de Uyuni, Bolivia

El salar de Uyuni, Bolivia

Uyuni y Yuncheng (China) son pueblos casi antípodas situados junto a grandes extensiones de sal, que dedicaron parte de su riqueza a la construcción de un teatro. Si Uyuni vive de los metales de la mina y deja el gran Salar para los turistas, Yuncheng ha custodiado durante siglos su lago salado y hasta tal punto conoce de antaño el negocio de la sal, que lo ha convertido en religión.

El Altiplano boliviano

El Altiplano boliviano

El Salar produce espejismos; primero vi una «isla» completamente invertida, formando un huso con su otra mitad, y conforme me adentraba en él, pisando el manto blanco de sal crujiente, sentí un fragor de mar y agua, e incluso creí ver en el horizonte un rompeolas donde crestas de espuma batían la arena de una playa. Recordé la expresión fata morgana, que designa los efectos ópticos engañosos cuyo influjo tanto afectaba a los marineros del Mediterráneo desde los orígenes de la navegación. La nostalgia del mar -perdido en una guerra con Chile hace más de un siglo- es discreta pero ubicua en Bolivia. A pesar de la altura y de la extrema velocidad de evaporación de la humedad, el agua está presente por doquier: en los grandes lagos interiores (el Poopó y el Titicaca), en sus glaciares y nieves eternas, en los anchos ríos amazónicos y en las cumbres que custodian los cementerios de sus “marineros” lacustres… También en la persistente convicción de que, tras las cumbres andinas, se halla el océano.

En el salar de Uyuni

En el salar de Uyuni

En Uyuni solo hay agua bajo la gruesa costra de sal, festoneada con ribetes irregulares, desde dónde miran los “ojos” del Salar, unas pequeñas aberturas cavernosas en cuyos pliegues blancos se han precipitado metales con vivos colores, propios de peces de coral: azules que van del añil al turquesa, verdes de cobre y esmeralda, canelas y rojos de cromo y hierro, o amarillos de azufre y cadmio. Mares ínfimos, de fantasía; acuarios sin peces, embargados de lentitud mineral. A 4000 metros de altura, Uyuni no es más que una desangelada encrucijada en el extremo sur del gran Salar: lo cruzan varios caminos y se bifurca la línea del ferrocarril de vía estrecha por la que había llegado desde La Paz. Propiamente hablando, el pueblo es Pulacayo, junto a las minas, camino de Potosí, a unos pocos kilómetros de la encrucijada. Los habitantes de Pulacayo cuidan celosamente un teatro que me enseñaron como si fuera el último ejemplar de una especie, enjaulado para -paradójicamente- asegurar su supervivencia. En él –me decían- había cantado varias veces Carlos Gardel, en la época de esplendor del estaño y los metales. Ahora hacía las veces de ágora -y de memoria. Aquél era un teatro de fantasmas. Pero ¿acaso el teatro no es, en esencia, fantasmal? ¿No nos muestra imágenes y “apariciones” de la fantasía?

El Altiplano, entre Uyuni y las lagunas Verde y Colorada (foto de Jean Joinville)

El Altiplano, entre Uyuni y las lagunas Verde y Colorada (foto de Jean Joinville)

De haber continuado viaje en tren, habría llegado a Villazón, en la frontera con Argentina. Pero podría haber tomado la carretera de Potosí, hacia Santa Cruz de la Sierra, y otros hechos y personajes habrían nutrido el paisaje de leyendas y fantasmas. A unos doscientos kilómetros de allí estaba La Higuera, el lugar dónde asesinaron al Ché Guevara tras la emboscada que le tendió el general Gary Prado. Un día conocí en La Paz al general, que se movía despacio en su silla de ruedas, y por aquél entonces era embajador de Bolivia en Londres. Igual que se habían sucedido las estaciones de tren –La Paz, Coipasa, Oruro, Poopo, Uyuni, …así se suceden las leyendas y los fantasmas. En su larga vida, se suben al escenario con la misma o mayor facilidad que los vivos.

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