Bonjour tristesse!
por Zugvogelblog
«…Bonjour tristesse.
Tu es inscrite dans les lignes du plafond.
Tu es inscrite dans les yeux que j’aime
Tu n’es pas tout à fait la misère,
Car les lèvres les plus pauvres te dénoncent
Par un sourire…»
«…Buenos días tristeza./Estás inscrita en las líneas del techo./Estás inscrita en los ojos que amo./No eres exactamente la miseria, porque los labios de los más pobres de delatan/ con una sonrisa…» (Paul Eluard, 1937)

Anri Sala, exposición Answer me, New Museum, NYC
No es fácil describir la tristeza. Al fin y al cabo somos dueños de dar o no dar un tinte propio a esta sensación íntima, tan común. En Nueva York, que no es una ciudad especialmente proclive a la tristeza porque nunca se detiene, me encontré con ella en la exposición de Anri Sala, en el New Museum. La muestra ocupa tres de sus espaciosas plantas, en las que Sala me puso triste de dos formas: mostrándome la miseria de las ciudades (no siempre con una sonrisa, como dice Eluard en su poema) y viajando al interior del sonido de la música. La primera es infalible: las colonias urbanas y la degeneración de las ciudades me causan una tristeza inmediata y despiertan una reflexión dolorosa sobre qué es la humanidad. La segunda es más sofisticada: con la distorsión del sonido de una obra musical me arrastró hacia una gelatina cósmica y melancólica capaz de atravesar el corazón. Si la primera me empujó a la barriada dónde pasé mi infancia, la segunda me recordó el lenguaje de las ballenas.

Anri Sala, Answer me
Muchas ciudades del mundo rezuman tristeza; no es necesario fijarse en los slums, bidonvilles o favelas; basta recordar simples barriadas o antiguos cascos urbanos y ruinas post-industriales… da igual que se encuentren en países capitalistas o ex comunistas… son los páramos desolados, de nueva o vieja construcción, y las aglomeraciones que Fellini, Antonioni, Eldar Riasanov, Wim Wenders, Ray o Pedro Almodóvar, entre muchos otros cineastas, han incluido con éxito entre el elenco de sus protagonistas no humanos.

Una barriada donde transcurrió parte de la infancia
A la tristeza de la arquitectura, representada en varias obras e instalaciones complejas mediante películas proyectadas en pantallas de gran tamaño, el artista añade una búsqueda de lo que llama la «corporeidad» de la música.

La mano derecha, inerte, de cada uno de los pianistas
Se escuchaban a la vez dos versiones superpuestas del concierto de piano de Maurice Ravel para la mano izquierda. Las escuché, y las vi, pues son dos interpretaciones filmadas que se proyectan en paralelo, sonora y físicamente, sincronizado solo su comienzo, y a cargo de dos intérpretes diferentes cuyas manos, derecha e izquierda, el espectador «ve» y “escucha”. Una toca, la otra «calla». En otra sala, se ven dos vinilos cuya rotación es entorpecida deliberadamente por una mano generando aparentes cacofonías a partir de las grabaciones del mismo concierto para piano de Ravel. El comienzo del concierto es lo único que coincide en el tiempo de las dos versiones, semejante a la línea de salida de una carrera de atletas. Pronto se genera un espacio sonoro monstruoso, lúgubre, espectacular, un espacio que revela la tristeza de los sonidos y de su sangre oscura en el oído.
Tres inmensas salas, enmoquetadas de color gris carbón, aisladas, acolchadas y preparadas para ver y escuchar conciertos audiovisuales de tristeza.
Para experimentar la «corporeidad» de la música es más fácil asistir a un concierto. Ese día me fui al Alice Tully Hall dónde los cuartetos Jerusalem y Miró ofrecían la integral de los cuartetos de Beethoven, «diccionarios» del gozo y la tristeza. Escuché los tres cuartetos llamados «Razumovsky» y recordé las palabras de Oliver Sacks al final de sus memorias, dónde compara la interpretación en vivo de un cuarteto con el funcionamiento de nuestras neuronas y su proceso de fabricar la percepción, construir datos, reconocer, establecer relaciones, alterarlas y asumir ingredientes de lo que luego llamamos «realidad». Líneas luminosas que agradeceré siempre a su autor.
La tristeza navega a lo largo y ancho de todos los cuartetos que se han compuesto. Son como una amistad que diera a la vez calor y frío, compañía y desapego, y de la que, pese a todas las vicisitudes, no queremos prescindir. Cuando se manifiesta, la tristeza demanda una desviación casi inmediata de la atención -si no interrupción- llevándola de lo externo hacia lo interno. Pero no es cuestión de palabras ¿quién sabe que es lo externo y qué es lo interno? La tristeza , como la música, franquea el paso hacia otro umbral. Y tiene la infinita ventaja -que también comparte con la música-, de que no necesita palabras. Cuando la tristeza se instala, !qué placer experimentar cómo la lengua, las palabras y los significados caen al suelo convertidos en seca hojarasca!
En las tonalidades de la música clásica occidental predominan dos modos: mayor y menor. El menor es el que aparentemente guarda el elixir de la tristeza pero esto es una simple apariencia. Beethoven, por ejemplo, destila de cualquier tonalidad mayor un recodo oculto y breve donde no solo está clavada la espina de la mortalidad (una espina permanente) sino, también, la del miedo que ésta acarrea: el miedo a perder la vida, a perder gradualmente la última felicidad, o, dicho de otra manera, la tristeza. No todos los compositores tejen ambos modos, mayor y menor, hasta hacerlos casi imposibles de distinguir. Y los que lo hacen, los mejores, son aquellos que divulgan un secreto a voces: la tristeza tiene que ver con la felicidad. Aún más, convive con ella, es su envés.
La New York Philarmonic Orchestra interpretó hace poco uno de los himnos más colosales a la tristeza que se hayan compuesto. Por él navega la tristeza junto al gozo, como dos delfines que se amaran y se acompañaran mientras se sumergen una y otra vez en las aguas del océano. La Sexta sinfonía de Gustav Mahler -quién hace más de un siglo fuera titular de la Filarmónica de Nueva York-, sonó bajo la batuta de Symion Bychkov, originario de San Petersburgo quién, nacido homo sovieticus, conoce a la perfección no solo el arte de dirigir, sino el complejo universo que la tristeza es capaz de aglutinar.
Hora y media de música interpretada sin interrupción, que Mahler compuso -según las notas al programa- durante los momentos más felices de su vida. Y casi medio minuto de silencio y sobrecogimiento en la sala antes de que Bychkov bajara la batuta y se escuchara el primer aplauso. Puede que la tristeza que destila esta sinfonía venga del miedo a perder la felicidad (que también nos regala en sus cuatro movimientos) como, de hecho, ocurrió a Mahler después de componerla. Así, tristeza, miedo y felicidad parecen una constante primordial de la vida humana, juntas anticipan el fin y evocan la fragilidad de la vida. Quizás sea ese el origen de la genuina tristeza. Y la Sexta sinfonía se me antoja a la vez puro gozo, la inmensa sombra de ese gozo, un estertor antes de la pérdida y el deleite de la felicidad que, inevitablemente, desaparecerá.

Anri Sala, Answer me
Gracias mi querido amigo. Besos y una caricia en el alma. El lunes falleció mi madre. Estoy orgullosa de como la hemos cuidado y tengo una gran paz. Un fuerte abrazo.
Tu amiga Begoña Rey.
Me alegra que al menos mi texto haya estado contigo, Begoña. Y te envío mis condolencias por la muerte de tu madre. Eres una mujer muy querida y te echo de menos.
Gracias, mi querido amigo.
Bonjour tristesse, soyez la bienvenue
Es lo malo que tiene escuchar música contemporánea, que vuelves a casa desolado después de haber llevado tu alma de paseo por una barriada destartalada…. Yo ya solo tristeza Rasumosky
Solo una duda: Mahler ¿música contemporánea?
Muy emocionante y conmomedor. e inabarcable lo que he leido que,en el interior de mi mente ire ponderando y meditando el verdadero alcance de lo que he leido.Saludos cariñosos Pepa