Electrifying London (I)

por Zugvogelblog

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Hacía doce años que no visitaba Londres y he caído de nuevo bajo el hechizo de esta meca de la industria de la música y la escena, en un país de tenderos y banqueros.Vista del tamesis

Su ritmo se me antoja ahora más trepidante, parecido al de Nueva York aunque, asombrosamente, muchos de sus rincones hayan comenzado a recordarme París. De hecho,  son franceses – concretamente, parisinos- quienes constituyen la mayor comunidad extranjera con segunda -y primera- residencia en la ciudad. Los rusos son otro tema.

Peter Pan, Hyde Park

Peter Pan en Hyde Park

En otoño, bajo el sol de seda, el aire se hace champán entre los árboles de Hyde Park. Junto al lago destaca la construcción de Sou Fujimoto, un conjunto de decenas de aristas blancas que parecen revelar el vientre cristalino y suprematista de un mineral y, al lado, dentro de la Serpentine Gallery, las obras de arte povera de Marisa Merz, que rodeo con interés pero a gran velocidad. Enseguida veo a Peter Pan, cuyo aliento vital contradice el bronce funéreo de su estatua, y, un poco más adelante, antes de dejar atrás el parque, su breve rosaleda.

Rosaleda de Hyde Park

La rosaleda de Hyde Park, Knightsbridge

Paso por delante del Polish Hearth Club -!qué larga y triste historia!- y me adentro en el objetivo del día: el Victoria&Albert, una de las joyas museográficas del mundo. Su desinhibido, original y estimulante orden de categorías, épocas y artes entra como un guante en las barrocas y delirantes contradicciones de mi educación -más que liberal pero que bebe también de la tradición. Por esta razón -y no solamente por lo que contiene-, lo considero un logro de la cultura mundial de museos y colecciones, aportado gloriosamente al acervo europeo por los ingleses. En él voy a pasar dos mañanas.

Lámpara a la entrada del V&A

Lámpara de la entrada, Victoria&Albert

Nada más entrar me dirijo sin distraerme a la sección de artes escénicas, que el museo presenta en todos sus estadios, desde la autoría de un drama y la gestión de los derechos hasta el archivo de originales y almacenamiento de decorados, pasando por el edificio del teatro en sí y su transformación a lo largo de los siglos, la creación de públicos, la actuación, la dirección, la versión, la traducción, el set design, set building, efectos especiales, los elencos y repertorios, las escuelas de actores, los grandes maestros, la historia del teatro, la tragedia y la comedia, audiciones y mil maneras más de aproximarse a ese lugar mágico que es la escena.

Galería de escultura, V&A

Galería de escultura, V&A

Nadie me ha hecho reír nunca tanto como los ingleses o, mejor dicho, como el  humor que se gastan: me deleito mirando las creaciones de un famoso cómico travestido de la Commonwealth, el australiano Barry Humphreys, cuyo personaje, Dame Edna Everage, coronado de deslumbrantes mechas magenta, exuda un saludable culto a la sátira y a la burla ilimitada pero correcta (es posible, si).

Dame Edna Everage, es decir, Barry Humphries

Dame Edna Everage, es decir, Barry Humphreys

Los ingleses son maestros en reírse de ellos mismos, y especialmente de dos aspectos que funcionan como polos opuestos de su vida: la vida doméstica y el fulgor del estrellato (que no exime a nadie: ni a la iglesia ni a la política ni a la realeza) y cuya mezcla bien puede decirse que es, en esencia, pop.

Breakfast Dress de Dame Edna Everage

Breakfast Dress de Dame Edna Everage                     Museo Victoria & Albert

Las series más ingeniosas y divertidas, también las más mordaces y corrosivas que recuerdo, son inglesas, irlandesas o de habla inglesa: My dear Ladies, Little Britain, Absolutely Fabulous, Spitting Image, Mr Bean, Faulty Towers, Keeping up appearances (¡inefable actriz, Patricia Routledge!), Father Ted (irlandesa), el sitcom de los Roper, George and Mildred, y muchas otras que me han devuelto la felicidad en momentos en que el horizonte de la vida era plano, gris e inmóvil. El día en que series así, con guiones de semejante agudeza, y actores y actrices de talla parecida, sean producidas en España sin que nadie proteste a causa de ridículos prejuicios, creeré por fin que hemos dejado atrás no un siglo, sino toda una era desde la invasión visigoda.

Sombrero Ópera de Sidney, Dame Edna Everage, V&A

Sombrero Ópera de Sidney, Dame Edna Everage,                                                                              Museo Victoria & Albert

En el V&A, todo atrapa mi atención; es una delicia: tapices medievales, balcones renacentistas, piedras preciosas, netsukes japoneses, arte Kitsch, diseños de muebles, joyas y vestidos; trajes de samurai, exposiciones temporales sobre perlas del tesoro de Qatar (con aljófar monstruosamente deforme) o sobre cómo los fotógrafos trucan sus fotos…pero uno puede entrar para quedarse en la puerta y mirar sencillamente la lámpara de la entrada, las escaleras o el techo de la cafetería, y dejar que el tiempo transcurra disfrutando con el espacio y el placer de mirar la disposición de los corredores, o los crisantemos naranjas de un jardín que la luz radiante de medio día convierte en una visión.

Caja o frasco metálico con un netsuke de marfil cerrando el cordón.

Un frasco metálico con un netsuke cerrando el cordón

Hacía días que había reservado hora para visitar la exposición Shunga, sex and pleasure in Japanese Art. Era el primer día tras la inauguración, y era el primero de la cola, junto a un par de americanas ricas muy simpáticas que llevan al menos trescientos mil dólares en cada cuerpo solo en joyas y ropa. El adagio «una imagen vale más que mil palabras» viene aquí al hilo. He escogido las ilustraciones más comedidas, diría púdicas.

El sexo no puede esperar

El sexo no puede esperar

Y otra manifiestamente representativa de la obsesión fálica de cierta cultura japonesa, representada en un mapa hemisférico.

Un peculiar par de hemisferios

Un peculiar par de hemisferios

A la hora del almuerzo Christine acude al The Golden Dragon. La atmósfera se llena con el relato portentoso de los documentales que ha producido y realizado para la BBC en Yemen y Bizerta (Túnez). Ella, que es una de las mujeres más independientes que conozco, me confiesa que salvó la vida gracias al velo (mientras más grande, mejor, me repetía) y a la lengua árabe, que habla desde su infancia transcurrida en el Líbano.

Christine

Con Christine en The Golden Dragon

De Yemen a la portentosa mansión de John Soane, un lugar que llevaba años queriendo visitar y que no me ha defraudado: el gusto por el coleccionismo, la observación y la forja de criterios nuevos a través de la arquitectura y de la réplica de objetos. La casa es una mezcla de gabinete de curiosidades para aprender y del laboratorio de un científico en busca de una piedra filosofal de la forma y el espacio; en otras palabras,  el germen de un museo, y, por tanto, un espacio de libertad que, unido al placer de mirar y sentir, tiene como resultado conocer.

La casa de John Soane

La casa de John Soane en Lincoln’s Inn Field

En el Pub Windsor Castle, en Notting Hill, me espera Mark. Su conversación es más que interesante, un prodigio de ingenio y diversidad. Uno de sus antepasados sirvió en el servicio consular inglés, en el desierto de Taklamakán, cuando existía el legendario consulado británico en Kashgar. Como cabía esperar, ambos hemos leído hasta la última página de los libros de Peter Hopkirk -dónde aparece su antepasado-, un periodista y autor que se ha especializado en el así llamado Great Game o Gran Juego y en la historia imperial de Gran Bretaña en Asia Central, lo cual animó aún más nuestra conversación. Le conté mi viaje por aquella zona del mundo, y, después, él, conocedor de mi estancia de largos años en Rusia, empezó a hablarme de una nueva serie sobre los rusos millonarios que ahora pueblan Londres, algunos muchísimo más ricos que la reina y con ganas de hacerlo saber (que era lo divertido, y digno de acerada sátira). Algunas de las anécdotas e historietas nos ahogaron en carcajadas.

En Londres, hasta la Royal Opera House crece en un  mercado

En Londres, hasta la Royal Opera House ha surgido entre puestos de un mercado

Por la noche escucho las invectivas de otra Christine, la espléndida soprano Christine Goerke, que canta el papel de Elektra en la Royal Opera House, o Covent Garden, con música del compositor alemán Richard Strauss, muniqués, y libreto de Hugo von Hofmannsthal, autor de familia judía, nacido en aquella Viena que desapareció con el Imperio Austro-Húngaro y que Edmund de Waal describe magistralmente en su libro The hare with amber eyes (La liebre de ojos de ámbar). La versión es muy buena y los aplausos, interminables. Durante dos horas ininterrumpidas el escenario ha albergado un laboratorio muy distinto al de John Soane, y el público ha compartido la catarsis del dolor propia de las tragedias clásicas magnificada por la música de Strauss y el impacto escénico de la ópera. Escuchar en Londres Elektra, una tragedia de Sófocles sobre los efectos psicológicos de la devastación bélica, hace inevitable pensar en lo que une y separa a estos dos estados sajones, Gran Bretaña y Alemania. Se me pasan por la cabeza algunos pensamientos: el origen alemán de la familia Windsor, el bombardeo de Dresde o Coventry, las bombas V2…

Londres en la noche, visto desde Hampstead Hill

Londres eléctrico, desde las colinas de Hampstead Heath

Siempre he tenido la convicción de que la tragedia griega, surge del duelo posterior de los supervivientes, sean vencedores o vencidos. La princesa Electra, hija del rey Agamenón (que, a su vez devastó Troya y sacrificó a su hija Ifigenia, hermana de Electra), no puede vivir –ni morir-  sin desatar antes con una venganza el nudo de su dolor, que le impide amar. Vive junto a los muros de la ciudad, en la inmundicia, como una fiera enloquecida. Cuando su hermano Orestes regresa y cumple la venganza, en uno de los momentos más bellos de la ópera, antes de morir, Electra siente que una energía desconocida -eléctrica y acaso electrizante- se libera dentro de ella. Entonces, exclama: “El amor mata. Pero nadie muere sin haberlo conocido” (Liebe tötet! aber keiner fährt dahin und hat die Liebe nicht gekannt!)  Amor y odio, miedo y envidia, pereza y otras pasiones -así como sus numerosos grados y matices-, están presentes en el seno de cualquier familia, y, como León Tolstoi afirmaba con humor en las primeras páginas de su novela Anna Karénina, cada familia lo resuelve como puede y en eso está parte de la gracia -o la desgracia- de la vida.

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